“La cara es el espejo del alma… y los ojos sus delatores”. “En los ojos y en la frente se lee el corazón”. “Por la catadura se conoce a la criatura”. “Bienes y males, a la cara salen”.
Verdad o no, lo cierto es que la cara, el rostro, nuestra imagen, sentencia el paso del tiempo. Sí, porque el tiempo pasa, pasa más lento o más deprisa, pero pasa. Si no, preguntémosle a los espejos. ¿Qué son los espejos?
Los espejos nos devuelven nuestra
imagen, provocan el reflejo más o menos fiel de nuestro
rostro y, en definitiva, nos retratan. Quizás sea el retrato más directo que
podamos obtener y, por tanto, la visión de nosotros mismos en la que más
confiamos (prácticamente) a diario.
Si trasladamos este concepto al
campo artístico nos encontraremos con un soporte, el espejo, y una materia,
nosotros, los retratados. ¿Y la técnica? La técnica es el tiempo. Pero… ¿quién
es entonces el artista?
Ante este desparrame de ideas, el
artista elegido es Michelangelo Pistoletto. Él mismo se dio cuenta siendo muy
joven de cómo el reflejo que le devolvía el espejo era más que eso, era él
mismo ante los cambios producidos por el paso del tiempo. Por tanto, Pistoletto
inició en su trayectoria artística una serie de obras conocidas como Mirror Paintings, en las que el soporte
usado era el espejo.
“Sentí que veía el mundo tal cual era, la realidad pura. El universo como fisicidad se convertía en parte del cuadro. Además, no solo estaba yo. El cuadro se poblaba de personajes con todos los que lo observaban o simplemente se reflejaban al pasar”.
Más allá de este soporte que no
deja de ser una superficie reflectante, los espejos de Pistoletto conllevan una
misión: que el propio público que los contemple sea la obra de arte. En
definitiva, que se muestre la realidad más real, la más efímera, la más
comprometedora. Pero… ¿cómo se siente el público
ante tales obras de arte?
El espejo "nos enseña todo lo que está detrás de nosotros y nos obliga a considerar el espacio y el tiempo que se extiende a nuestras espaldas". En él, “la humanidad se mira a sí misma con la perspectiva de un retrovisor, como si estuviera examinando todo lo que ha hecho".
En mi experiencia personal, la
reflexión fue instantánea: pese a estar en un espacio lleno de gente y
multiplicado de espejos, la preeminencia del vacío era absoluta. Quizás
Pistoletto pretendía crear en nosotros ese halo de ausencia en la existencia.
Sin duda, el impacto con la realidad es absoluto. Nos conocemos a nosotros
mismos.
Y tú, ¿qué ves?